Sólo después de un cierto tiempo comienza a quemar los áidos grasos (un poco como un fuego que quema el sotobosque antes de consumir las gruesas cepas) y continúa aún después de interrumpir el ejercicio. El ejercicio que mejor quema las grasas es el inferior al 50% de nuestra capacidad y debe mantenerse durante bastante tiempo ( al menos 30 minutos). Cuando hacemos un ejercicio intenso, el aeróbico por ejemplo, se devoran rápidamente todas las reservas glucídicas, con lo que nos agotamos rápidamente y nos vemos obligados a detenernos.
Y acumulamos los errores: no sólo no hemos quemado muchas grasas, sino que nos arriesgamos a un desfallecimiento, nos deshidratamos y nos quedamos hambrientos. Esta sensación de estar muerto de hambre nos empuja a comer (¡mal en general!) y nos devuelve al ciclo de insulina-almacenamiento. ¡Nos hemos equivocado por completo! Si se hace un esfuerzo moderado (una marcha rápida, bicicleta fija), no se siente fatiga ni desfallecimiento y se puede esperar tranquilamente un poco y dejar que los mecanismos de “desalmacenamiento” prosigan su acción antes de la comida que desencadenará el pico de insulina y un nuevo ciclo de almacenamiento.
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